Lazoz rojos // Capítulo 9
Capítulo9
Verdades de fuego
Se un héroe
mata tu ego,
no importa.
Paquete de mentiras
construye
es un todo.
Una nuev base
roba un rostro nuevo,
no importa
todo es para salvarte
Year zero // 30 Seconds to Mars
Siempre le gustó el silencio, era muy agradable esa tranquilidad que trasmitía la carencia de sonidos, por ese motivo había seleccionado esa enorme casa en una de las zonas menos ruidosas de York, además de que dentro de la casa los sonidos parecían perderse. Sí, esa casa era perfecta. Sin embargo, el señor Rosenwald se vio forzado a usar esa hermosa casona como una posada luego de una mala inversión, pero a pesar de eso la tranquilidad era frecuente.
Pero como todo lo bueno termina por acabarse, esa noche vio interrumpido su sueño por unos insistentes golpes en la puerta de la entrada, quiso ignorarlos pero aquello pareció imposible cuando escuchó cómo un jovencillo gritaba desde afuera.
— ¡¿Es que nadie piensa abrir?!—gritó el joven. Se escuchaba algo exasperado.
Sin esperanzas de poder dormir con el alboroto que ese molesto chico estaba causando en su propiedad, el señor Rosenwald se levantó con visible disgusto y tras tomar su bata se encaminó a la puerta, no sin antes tomar la escopeta que poseía “por si las dudas” se dijo a si mismo. Y es que a pesar de que se suponía los sonidos lograban desvanecerse apenas cruzaban el umbral de la casa, parecía que esa vez se hacia una enorme excepción.
Con los nervios crispados ante el constante golpeteo que se llevaba la puerta de madera y cuyo eco resonaba en cada rincón por el que el señor Rosenwald cruzara, se acercó a la puerta y tras sacar sus llaves para abrir la puerta y, quizás, darle un buen sermón al mocoso que se atrevía a levantarlo a altas horas de la noche.
—¿Por qué vienes a estas horas de la noche a tocar mi puerta muchacho despreocupado y escandaloso?—dijo el hombre sin detenerse a ver a los que estaban frente a él.
Un muchacho alto y de cabello castaño sostenía la mano de otro chico, mucho más joven, pero de cabellos más claros y ojos azules, puesto que los del otro eran negros. A un lado de estos un muchacho de musculatura intimidante sostenía con ambos brazos a un chico más menudo y rubio quien pataleaba por liberarse de esos dos brazos de hierro que lo sostenían.
—¡Suéltame Bernard!—le dijo el rubio forcejeando.
—¿Quiénes son?—preguntó el viejo sin dejar de lado esa ceja levantada que había aparecido tras examinar a los presentes.
—Discúlpenos—dijo Bernard lo más cordial que pudo sin soltar al rubio.
—¿Usted atiende la posada?—dijo el más pequeño.
—Así es jovencito…
—Queríamos una habitación—musitó el rubio libre de los brazos de Bernard.
—Markus es de mala educación interrumpir a la gente cuando habla…
—¿Me lo dices tú?—le dijo el otro levantando la ceja con incredulidad.
—Ya basta—expresó Jared con tranquilidad pero con algo de pesadez en sus palabras.
—Venimos de Londres y necesitamos unos cuartos—comenzó a hablar—, su posada nos pareció bastante agradable y quisimos ver si sería posible que nos atendiera a estas horas.
—Son las doce de la noche—dijo el hombre.