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Lazoz rojos // Capítulo 8
Capítulo 8
El corazón bajo la máscara
Entonces corro, me escondo y lloro a mí mismo
Comienzo de nuevo con un nuevo nombre
Y ojos que ven en el infinito
Estaba casi allí
Justo un momento lejos de ser poco claro
Alguna vez sientes que te has ido
Entonces corro, me escondo y lloro a mí mismo
Comienzo de nuevo con un nuevo nombre
Y ojos que ven en el infinito
Capricorn // 30 Seconds to Mars
Las delgadas hebras de un color café que lograba
rozar los límites de un tono dorado se mecían con singular ritmo, causado
por un par de dedos juguetones, que siempre era desplazado cuando una
fuente ventisca que lograba colarse a través de la ventana pues Skandar tenía
calor y por eso Jared había accedido a abrirla mientras él se refugiaba de los
rayos del sol bajo las cobijas junto con su adorado humano. Ahí, el vampiro
aprovechaba para acariciar las tersas mejillas de su adolescente, haciendo que
su pulgar hiciera algunos movimientos circulares al mismo tiempo que las
yemas de su dedo índice y medio jugueteaban con la barbilla del chico.
—Ya casi anochece ¿no?—preguntó el pequeño
despertando gracias a las pequeñas caricias que le otorgaban.
—En unas horas—contestó el vampiro acariciando con
su aliento la oreja.
—¿Me cuentas una historia?—preguntó el pequeño
acercándose más al pecho de Jared.
—Claro, ¿de qué la prefieres?—consultó el mayor
mientras se incorporaba un poco.
—No sé, algo diferente—dijo el pequeño al tiempo
que usaba sus manos para acercarse al torso de su acompañante—. Que no sea de
amor, no de mentiras y tampoco de venganza.
—Eso es difícil—contestó Jared y el otro muchacho
sonrió—, casi todas las historias que me sé son de amor, por no decir que son
todas.
—Ha de haber una que no lo sea—dijo Skandar en tono
juguetón.
—Bien…—musitó el castaño mirando a los ojos azules
que se le presentaban, unos ojos que se le antojaban demasiado cautivantes,
tanto que podía perderse por toda la eternidad en ellos—. Hace muchos, muchos
años—dijo captando la atención del chiquillo, quien de inmediato sonrió y sus
ojos brillaron por la emoción que le producía tener lo que había pedido—, hubo
un rey muy justo que supo administrar muy bien su reino, así que cuando murió
Dios lo llamó a su lado…
—¿Existe Dios?—preguntó el muchacho interrumpiendo
a Jared.
—¿Tú crees que existe?—replicó el mayor.
—No sé…
—Yo mucho menos pequeño, pero si existen los
demonios debe existir su contraparte ¿no?
—Supongo, bueno ¿y qué pasó con el Rey que se
murió?—dijo Skandar retomando el interés por la historia.
—El Rey fue llamado por Dios para que le ayudara en
una difícil tarea. Le dijo que habiendo sido tan justo en sus actos en la
Tierra, le encomendaría el cuidado de la vida y la muerte de los humanos—dijo
el castaño viendo como el menor se sentaba a su lado con las rodillas pegadas
al pecho—. Luego le ofreció un trono y alrededor del mismo se extendían
millares de velas, algunas recién encendidas y otras casi apagadas—entonces el
pequeño de ojos azules se imaginó lo relatado por su amado vampiro.
—Debe ser bello poder ver tantas velas encendidas—musitó
Skandar.
—Un espectáculo de luces—dijo Jared acercándose al
menor—, pero nunca más espectacular que ver el brillo de tus ojos—y dicho eso
besó cada uno de los parpados del chico.
No era nada descabellado esperar una reacción como
la de Skandar, el cual se sintió completamente avergonzado de esa muestra de
cariño y un color carmín tiñó sus mejillas casi al instante en que había bajado
su vista para no tener contacto visual con Jared.
—Cada vela que acababa de encenderse era una nueva
vida y cada llama que estaba a punto de extinguirse significaba una vida
que tenía que terminar, y él, el Rey, debía ir a la Tierra para recoger sus
almas. De esa forma nació la muerte.
Skandar no respondió, apenas había entendido el
final de aquella historia, pues aún los besos que Jared le regalaba, aunque
fueran en la mejilla, tenían un gran efecto en su persona.
En la habitación contigua, Bernard descansaba sobre
la cama, tenía apoyada cabeza sobre el dorso de su brazo derecho mientras que
el izquierdo descansaba sobre su torso. El vampiro de cabellos negros mantenía
su mirada directamente en el techo dibujando con ella la silueta de su
compañero de habitación, quien se encontraba sumergido en la bañera.
—Ese idiota se tarda—susurró fastidiado.
¿Cuánto llevaba bañándose? ¿Una hora? Quizás más.
—Vas a arrugarte como una pasa—dijo Bernard desde
la entrada del baño.
—¡¿Qué demonios haces aquí?!—gritó el rubio
abriendo de golpe sus ojos apenas escuchó la voz de su compañero—¡Lárgate
maldito pervertido!—dijo cubriéndose su miembro con las manos.
—Markus no seas tonto—dijo tranquilamente el otro
sin inmutarse por los gritos que le proferían—, te he visto ya muchas veces
desnudo, te he tocado hasta el último rincón de tu cuerpo—el rubio se sonrojó—.
¿Qué más da si te veo en la tina?
—¡Lo que sea! ¡Tú te largas ahora mismo!—gritó el
aludido visiblemente molesto— ¡No quiero que me veas!
—No tienes idea de cuánto me pone esto—dijo Bernard
al oído del otro luego de escabullirse a la tina en apenas una fracción de
segundo.
— ¿Q-qué…?—jadeo el otro.
Markus tenía casi todo el rostro sumergido en el
agua por el peso inesperado que Bernard había significado, además sus manos se
encontraban apresadas, una por la propia mano del moreno y la otra por el
cuerpo del rubio. La mano izquierda del mayor se encontraba entretenida
oprimiendo los glúteos de porcelana mientras que la lengua del chico de
cabellos negros recorría el borde de la oreja causando leves estremecimientos
en el chico que se encontraba debajo.
—Me pone cuando te haces el difícil—le dijo y antes
de que el rubio replicara el mayor selló sus labios con un beso apasionado
robándole el aire—. Eres tan divino—susurró contra el rostro del otro—,
hermoso—dio un beso ligero al otro chico—, sexy—nuevamente un beso, pero en esa
ocasión capturando el labio inferior de Markus entre sus dientes— y lindo,
sobre todo lindo—y un beso dulce.
—No me jodas—musitó el otro completamente sonrojado
y molesto al mismo tiempo.
El rubio había dejado de lado la mirada del otro
vampiro y en su mente se reprendía una y otra vez por su debilidad, se odiaba a
sí mismo por sentir ese estremecimiento, ese calorcito en el pecho y ese
revoloteo en la boca del estómago, se odiaba por todo lo que Bernard era capaz
de despertar en él. Pero no sólo se odiaba a sí mismo, también odiaba al
causante de ese cúmulo de sensaciones porque sentirse desnudo, sin barreras y
sin máscaras, lo hacía sentirse tremendamente vulnerable y era lo que menos deseaba
en este mundo.
—Eres tan desagradable—susurró Markus sin mirar al
otro—, tan asquerosamente cursi—susurró—, no quiero que me toques—dijo cerrando
los ojos.
—No me importa que digas—dijo Bernard soltando el
agarre que mantenía sobre el rubio y descendiendo sobre su cuerpo—. Tu cuerpo
siempre será más sincero—musitó antes de recorrer con su lengua la punta del
miembro de Markus—, tan sólo quiero que disfrutes esto más que yo.
La única acción que el vampiro más joven logró
llevar a cabo fue acallar sus jadeos, cada muestra de placer que pudiera
significar un atisbo de debilidad para el mismo. Por su parte, Bernard disfrutó
enteramente del néctar proveniente de su vampiro favorito, apenas un pequeño
riachuelo blanco fue el fruto de sus incesantes caricias bucales, que inclusive
provocaron su propia excitación, pero Bernard lo disfrutó y supo, aunque Markus
se empeñó en negarlo y ocultar las muestras de ello, que el rubio también
disfrutó, e inclusive se atrevió a pensar que el éxtasis de su chico fue mucho
mayor al propio.
—Eres maravilloso—dijo Bernard saliendo de la tina.
—No sabes cuánto quisiera que no tuvieras
conocimiento directo de eso—respondió el otro usando tanto desprecio como
pudiera.
—No seas ridículo, Diva—dijo entre carcajadas el de
cabello negro.
—¡Ya lárgate de una buena vez!—gritó Markus
mientras le lanzaba la barra de jabón.
El mayor se fue, sabía de antemano que el rubio
reaccionaría de esa forma, más porque le acaba de hacer una grandiosa felación
y lo había disfrutado, así que sus episodios de desprecio y odio se
intensificarían, pero no podía negar que eso le agradaba, era especialmente
divertido ver como Markus armaba sus berrinches.
—Es muy sexy así—susurró Bernard mientras caminaba
a la sala de la casa.
Aunque el carácter explosivo del vampiro más joven
era algo común, hubo un tiempo, muy pequeño, en que no se comportaba de esa
manera. Bernard lo recordaba, a su memoria siempre volvían esos escasos
momentos en que Markus se permitió ser menos arisco y desconfiado, esos
momentos de antaño cuando el orgullo no se había convertido en su pilar.
—Markus debes tratar de controlar tu hambre—le dijo
Bernard al chico a la semana de haber sido convertido en vampiro.
—Lo siento—le respondió el rubio con la mirada
gacha.
—Con el tiempo mejorarás—dijo Jared sentado frente
a un ventanal observando la luna.
—No me gusta causarles molestias—musitó Markus
poniéndose de pie—, iré a descansar en mi habitación.
Y hasta ahí le siguió. Bernard se coló en la
habitación del vampiro de piel blanquecina y cabellos dorados, se recostó a un
lado de él en la cama causando que un color carmín tiñera ligeramente las
mejillas del chico.
—¿Q-qué haces?—preguntó el rubio.
—Te hago compañía— respondió el otro.
—N-no es necesario—dijo tratando de disimular su
nerviosismo.
Bernard no le había hecho caso, había seguido a su
lado y Markus se había mantenido dándole la espalda pero sintiendo la cercanía
del otro. Tiempo después, el mayor había osado capturar los suaves labios del
chico. Había sido un beso apasionado pero no salvaje, un intercambio de
movimientos apremiantes que favorecían el deguste de la dulzura que ofrecían
los labios del otro y que hacían que la calidez y humedad se sintiera con
singular apreciación. El moreno había probado, en la oscuridad de la noche, los
labios que tanto había deseado saborear, lo había hecho y miles de sensaciones
se habían despertado en su interior, en ese momento pudo afirmar que el rubio
lo había cautivado al grado de enamorarlo.
Sin embargo, las cosas con Markus funcionaron de
forma diferente, a partir de ese día se mostró esquivo y evasivo, y con el paso
del tiempo los improperios en contra de Bernard se habían vuelto el pan de cada
día.
—Espero que algún día madures—soltó el de la cinta
roja sobre la frente.
Bernard había dejado olvidado el periódico que
pensaba leer sobre la mesa de la sala y justo cuando lo tomaba de nuevo el
vampiro que había gobernado sus pensamientos en momentos anteriores aparecía
bajando las escaleras, mientras se acomodaba la chaqueta de cuero sintético sin
prestarle atención a Bernard.
—¿A dónde vas?—dijo el mayor mostrándose curioso.
—Voy a comer, Jared no quiso venir, así que iré
solo—contestó Markus con simpleza y de manera escasamente cortante.
—No tienes que ir solo, voy contigo—dijo el moreno
poniéndose de pie.
—No soy un crio, puedo ir solo—dijo caminando a la
salida.
—Un adulto que a veces actúa como un crio—dijo el
otro sosteniéndolo del brazo—, cuando te emocionas no mides las consecuencias,
no te voy a cuidar si es lo que piensas, yo también tengo hambre.
Y si bien era una mentira, sabía que con eso lo
convencería o por lo menos Markus pondría menos objeciones a que el moreno lo
acompañara. El rubio también sabía que Bernard mentía, pero era más cómodo
creerle su mentira.
Apenas el sol se había ocultado y el manto negro
que representaba la noche había hecho su aparición minutos atrás sobre el cielo
de Leeds, de esa forma moverse era cosa de niños y sigilosamente, además de
hacerlo a una gran velocidad, los dos vampiros comenzaron su caza en busca de
alimento. Con la nariz izada para captar mejor el olor de las futuras presas,
ambos avanzaban a una velocidad vertiginosa. Los habían encontrado, primero
irían por la presa de Markus pues era el que más tenía hambre.
Una chica, que si no hubiera atiborrado su rostro
de maquillaje a una temprana edad ni ingerido tanta cantidad de alcohol y
tabaco podría haber sido una completa belleza, pero su cara se encontraba
envejecida y su piel no era ni tersa ni resplandeciente, ni hablar de su cuerpo
tan delgado por el ayuno que le causaba el estar siempre ebria. Tenía apenas 17
años y ya esperaba a su cuarto hijo, sus pequeños descansaban en una sola cama
individual. En la casa podía sentirse el poco aseo que tenían las habitaciones,
botellas por doquier, vomito, pañales sin si quiera envolverse y ni hablar de
la comida putrefacta.
—Hay tres bebes—susurró Markus sin darse cuenta.
Con la punta de sus yemas tocó la piel suavecita
del bebe de tan sólo cinco meses, sentía el hambre del pequeño que de inmediato
se despertó al sentir el contacto de la piel helada del rubio.
—Tiene hambre—susurró de nueva cuenta el vampiro,
ni siquiera se daba cuenta que aquello lo decía en voz alta.
—Le prepararé un poco de leche—dijo el mayor
sacando de su ensimismamiento al rubio, quien se molestó consigo mismo por
preocuparse del infante.
Mientras Bernard se encargaba de prepararle el
biberón al bebe, Markus se quedó con el bebe llorando y sin tener idea de que
era lo que hacía lo tomó en sus brazos y lo pegó a su pecho mientras trataba de
arrullarlo.
Y un dolor en la cabeza apareció. Una imagen
borrosa se formaba delante de él, un pequeñito lloraba intensamente mientras
una mujer de larga cabellera rubia intentaba controlar su llanto.
No supo por qué, pero aquella escena causó cierta
picazón en su pecho al mismo tiempo que sentía una calidez que no era nada
frecuente en su vida.
—Toma—dijo Bernard a un lado del rubio haciendo que
éste diera un brinquito por el sobresalto—, dáselo—le dijo al ver la cara de
confusión que presentaba el mayor.
—Valla que es glotón—musitó el rubio al ver como el
pequeñín devoraba la leche como si no hubiera comido en mucho tiempo.
—Los otros deben tener hambre—dijo Bernard.
—Yo tengo hambre—dijo el chico de cabellos rubios
desviando la atención de la cara del bebe.
—Come y yo cuido a tu pequeño.
— ¡No es mi pequeño!—respondió el otro molesto.
—Cállate o despertarás a los otros.
—De acuerdo, pero no es mi pequeño.
—¿De veras matarás a la madre de estos
niños?—preguntó el moreno caminando detrás de Markus.
—He matado cientos de personas, incluso miles…puedo
matarla a ella—había algo en la voz del rubio que hacía perder toda la
seguridad que se supone deberían tener aquellas palabras.
—Nunca conociste a las personas que mataste—dijo el
mayor acariciando la mejilla de Markus.
En un movimiento rápido, Bernard había acorralado a
Markus contra la pared, en medio de ellos yacía el bebe que se sostenía en las
manos del mayor, quien miraba intensamente como el rubio le rehuía la mirada.
—Deja de joder.
—Ellos estarán mejor sin ella—dijo el moreno
besando su mejilla y apartándose de su paso.
¿A qué venía toda esa mierda? Se preguntaba Markus,
¡claro que podía matar a esa puta! Podía drenar su sangre, de todas formas no
era una buena madre. ¿Y por qué demonios venían aquellos pensamientos? ¿No
había matado ya a demasiadas personas como para pensar en que matar a alguien
era malo o que no debería hacerlo? ¿Remordimiento? ¿Lo tenía? ¿Remordimiento
por matar a la madre de tres pequeños?
—Está embarazada—dijo en un hilo de voz cuando se
acercó para clavarle los colmillos en la yugular.
—Pensé que la despertarías, la besarías, la
tocarías—comenzó a hablar Bernard mientras arrullaba al bebe—, luego te
excitarías un poco y terminarías por tomar su sangre de una forma muy sexy.
—¡Está embarazada!—gritó Markus con una ira
irracional.
—Te dije que guardaras silencio—sentenció el mayor
con su mano sobre la boca del rubio.
—N-no puedo matarla—dijo en un susurro apenas
inaudible.
¿Por qué quería llorar? ¿Se sentía débil?
No fueron las lágrimas, ni tampoco la falta de
sangre. Su vista nuevamente se tornó borrosa y unas imágenes comenzaron a
formarse cual pintura por la acción del pincel, la misma mujer rubia de antes
cargaba al bebe a lo largo de una calle oscura y solitaria.
—Con ellos serás más feliz—le decía la mujer.
Su ropaje era bastante antiguo si lo comparaba con
la ropa que usaba él en aquellos momentos, en su mano derecha llevaba canasta
lo suficientemente grande como para que el bebe fuera recostado dentro de ella,
y así lo hizo. Con sus finas manos la muchacha depositó al bebe dentro de la
canasta y le dio un pequeño beso en la mejilla al tiempo que las lágrimas
comenzaban a caer de sus ojos color azul, casi tanto como el mar.
Luego, las imágenes corrieron a gran velocidad como
si de fotografías vistas a gran velocidad se tratara. Un niño de algunos cuatro
años se sostenía la mejilla derecha que estaba roja a causa de la bofetada que
su padre le había propinado, luego cuando tenía 9 años le habían dado una
golpiza por haber tratado mal a la hija de un conde. Y las imágenes de
agresiones se repetían una tras otra, regaños, golpes y sobre todo una inmensa
rabia que se formaba dentro de él.
—¿Markus?—preguntó el moreno cuando el rubio dejó
de tener ese tono rojizo en sus ojos.
—No la voy a matar—dijo el rubio seriamente—, y
tampoco dejaré que los niños se queden con ella—dijo caminando a la habitación.
—¿Qué te sucede?—preguntó Bernard.
Pero la mirada del rubio le advirtió que era mejor
no preguntar por eso, tan sólo lograría que el perturbado vampiro se sintiera
peor y que su rabia aumentara a niveles nada agradables. Así que tomaron a los
tres bebes, Bernard sin entender por qué hacían aquello y Markus actuando sin
pensar porque si lo hacía dejaría a esos niños con esa mujer que nunca debió
haber sido madre.
Entre las sombras, como siempre, los dos vampiros
viajaron por la ciudad buscando el lugar indicado para dejar a los bebes.
Finalmente se decidieron por un hospital, aunque aquello le desagradaba mucho a
Markus le parecía una buena idea dejar a los niños ahí aunque tuviera que
soportar un contacto con humanos y a la molesta luz artificial.
La recepcionista miró con asombro como dos jóvenes,
que tendrían entre 17 y 20 años, avanzaban hacia ella, era por demás decir que
aquellos dos eran realmente bellos. Uno rubio y el otro de cabellera morena,
ambos con los ojos negros como la noche y con una piel que se le antojaba el
más suave terciopelo, y sus labios ¡sus labios! Esos pedazos de carne parecían
gritar que los besaran. Sí, aquellos dos muchachos eran la tentación pura.
Sin decir mucho, Markus se aproximó a la mujer
aprovechando que nadie les miraba y besó sus labios tan rápido como pudo
desgarrándole un poco el labio con sus colmillos y probando así su sangre. En
ese momento la mujer perdió la consciencia, tan sólo se quedó con ese par de
orbes negras que le miraban de una forma que la hacía sentirse en el cielo.
Horas después cuando su compañera preguntó por los tres bebes no supo que
decir, no recordaba nada de lo que había pasado después de ver los ojos de un
chico rubio bastante atractivo, así que no podría decir que hacían tres bebes
envueltos con un gran cobertor sobre su escritorio. Y mucho menos se explicaba
la impecable caligrafía en una nota que había junto con los bebes.
Su madre
es una alcohólica, así que más les vale darles un buen hogar a los pequeños o
me encargaré de ustedes. No sé si tienen nombre y no tuve una buena idea de
cómo ponerles, así que espero que les den un buen nombre. No dejen que la vida
de los pequeños se joda.
ATTE:
M.
Y era todo. Una presión se sentía como nunca en el
pecho de Markus, se había comportado de una forma bastante extraña, había
salvado a dos bebes, a dos mini humanos, pero a fin de cuenta humanos. Mentiría
si dijera que se sentía bien, él se sentía un completo estúpido y se repudiaba
por ello, pero además de todo Bernard lo había acompañado y gracias a eso
sabía lo que había hecho, así que el coraje se intensificaba nuevamente. Pero
Bernard no era estúpido, sabía que si mencionaba algo de eso los avances que
Markus había tenido se vendrían abajo y esa coraza que había formado se
volvería a cerrar herméticamente, así que lo mejor guardaba silencio.
Ira. De nuevo ese coraje incontenible apresaba a
Markus, se odiaba, de nuevo ese odio gobernaba en su pecho. ¿Por qué demonios
era tan débil? Corrió a una gran velocidad dejando atrás a un sorprendido
Bernard que no se dio cuenta cuando el rubio había comenzado a correr,
quería matar a alguien, golpearlo, sacar de alguna manera toda esa ira que
parecía incontenible. Necesitaba perder el conocimiento a causa del cansancio.
En un parque logró avistar a dos muchachos,
el primero se había despedido del otro y camino rumbo a la calle,
seguramente iría a su casa o algún otro lugar.
No lo pensó, cuando vio a un muchacho de algunos
veintitantos completamente solo sentado en una banca de ese parque se abalanzó
contra él. Desde las sombras un demonio de ojos rojos se aferró al cuello del
joven extrayendo hasta la última gota, pero no solamente devoraba su sangre,
además apretaba las extremidades superiores con tanta fuerza que logró
desprenderlas al cabo de unos pocos segundos. Entonces, sus uñas afiladas se
clavaron dentro de los músculos de la espalda aprisionándolos de manera que los
tejidos se quedaban pegados a sus falanges e inclusive a las palmas de sus
manos. En esa ocasión, el rubio no se detuvo a saborear los labios de su
víctima para que ésta callera por completo en su poder, tampoco delineo con sus
dedos las piernas o la cintura como lo haría en otras ocasiones, tan sólo se
limitó a terminar su sangre y liberar su enojo clavando sus uñas, todo para
encontrar la paz.
Alejado, sentado en una banca del pequeño parque
Bernard observaba con tristeza como su compañero vertía toda su ira en el
cuerpo de un inocente humano, toda su fiereza y sus instintos salvajes se
volcaban de la manera más sangrienta que el moreno había visto. Markus jamás
había estado en crisis como en ese momento.
—Markus ya no le queda sangre—susurró Bernard al
oído del otro vampiro.
—Aún tengo hambre—musitó el rubio tras regresar a
la realidad, pues cuando escuchó la voz de Bernard dejó de estar en ese lapsus
de salvajismo.
—Necesitas sangre de tu gusto, desde el incidente
en Derby no has vuelto a comer bien.
—¡Deja de tratarme como una cría!—gritó Markus con
los ojos vidriosos y una mueca de enojo.
—Pues deja de portarte como una—replicó el mayor
sosteniéndolo del cuello de la camisa.
Apenas lo soltó, se dio vuelta y le hizo una seña
para que lo siguiera, pero Markus no hizo caso y el moreno terminó por
jalarlo del brazo para desaparecer. Habían dejado el cuerpo en el parque, tal y
como lo había hecho el rubio apenas tres días atrás en Derby, de nuevo lo había arruinado.
Al filo del amanecer ambos vampiros se abrieron
paso en la casa donde se estaban quedando, propiedad de un vampiro amigo de
Bernard. Las luces estaban apagadas y cuando llegaron ambos se quedaron quietos
al ver a Jared y Skandar en la sala cenado.
Aunque la comida le parecía desagradable, Jared
abría la boca para que el otro muchacho le diera un bocado de su cena, luego
era el turno del castaño de alimentar a su adorado humano y le daba un poco del
pastel que disfrutaban. Skandar sonreía y al hacerlo no se dio cuenta de que un
rastro de betún quedó instalado en la comisura de sus labios, pero el mayor si
advirtió aquello y con lentitud se acercó a la boca del de ojos azules para
lamer el betún y de paso darle un pequeño beso.
—¡¿Pueden dejar de besarse enfrente de mí?!—Gritó
el rubio sin que Bernard lo previera—. Y se supone que son los serios y mojigatos—susurró
para que su compañero lo escuchara.
—Lo siento—susurró Skandar con las mejillas
encendidas.
—Tenemos que irnos—dijo Bernard antes de tomar a
Markus del brazo para sacarlo de ahí—. Todos—dijo regresando medio cuerpo.
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