9:31 p. m. -
+18,amor,asesinato,Historia Original,lazos rojos,long fic,muerte,vampiros,yaoi
No comments
+18,amor,asesinato,Historia Original,lazos rojos,long fic,muerte,vampiros,yaoi
No comments
Lazos rojos // Capítulo 9
Capítulo 9
Verdades de fuego
Sé un héroe
Mata tu ego
No importa que todo es una sarta de mentiras
Construir una nueva base
Robar una nueva cara
No importa que todo es solamente para ahorrar
Nunca vamos a desaparecer
Nunca vamos a desaparecer
Mata tu ego
No importa que todo es una sarta de mentiras
Construir una nueva base
Robar una nueva cara
No importa que todo es solamente para ahorrar
Nunca vamos a desaparecer
Nunca vamos a desaparecer
Year Zero
// 30 Seconds to Mars
Siempre le gustó el silencio, era muy agradable esa
tranquilidad que trasmitía la carencia de sonidos, por ese motivo había
seleccionado esa enorme casa en una de las zonas menos ruidosas de York, además
de que dentro de la casa los sonidos parecían perderse. Sí, esa casa era
perfecta. Sin embargo, el señor Rosenwald se vio forzado a usar esa hermosa
casona como una posada luego de una mala inversión, pero a pesar de eso la
tranquilidad era frecuente.
Pero como todo lo bueno termina por acabarse, esa
noche vio interrumpido su sueño por unos insistentes golpes en la puerta de la
entrada, quiso ignorarlos pero aquello pareció imposible cuando escuchó cómo un
jovencillo gritaba desde afuera.
—¡¿Es que nadie piensa abrir?!—gritó el joven. Se
escuchaba algo exasperado.
Sin esperanzas de poder dormir con el alboroto que
ese molesto chico estaba causando en su propiedad, el señor Rosenwald se
levantó con visible disgusto y tras tomar su bata se encaminó a la puerta, no
sin antes tomar la escopeta que poseía, ‹‹por si las dudas›› se dijo a sí
mismo. Y es que a pesar de que se suponía los sonidos lograban desvanecerse
apenas cruzaban el umbral de la casa, parecía que esa vez se hacía una enorme
excepción.
Con los nervios crispados ante el constante
golpeteo que se llevaba la puerta de madera y cuyo eco resonaba en cada rincón
por el que el señor Rosenwald cruzara, se acercó a la puerta y tras sacar sus
llaves para abrir la puerta y, quizás, darle un buen sermón al mocoso que se
atrevía a levantarlo a altas horas de la noche.
—¿Por qué vienes a estas horas de la noche a tocar
mi puerta muchacho despreocupado y escandaloso?—dijo el hombre sin detenerse a
ver a los que estaban frente a él.
Un muchacho alto y de cabello castaño sostenía la
mano de otro chico, mucho más joven, pero de cabellos más claros y ojos azules,
puesto que los del otro eran negros. A un lado de estos un muchacho de
musculatura intimidante sostenía con ambos brazos a un chico más menudo y rubio
quien pataleaba por liberarse de esos dos brazos de hierro que lo sostenían.
—¡Suéltame Bernard!—gritó el rubio forcejeando.
—¿Quiénes son?—preguntó el viejo sin dejar de lado
esa ceja levantada que había aparecido tras examinar a los presentes.
—Discúlpenos—dijo Bernard lo más cordial que pudo
sin soltar al rubio.
—¿Usted atiende la posada?—dijo el más pequeño.
—Así es jovencito…
—Queríamos una habitación—musitó el rubio libre de
los brazos de Bernard.
—Markus es de mala educación interrumpir a la gente
cuando habla…
—¿Me lo dices tú?—dijo el aludido levantando la
ceja con incredulidad.
—Ya basta—expresó Jared con tranquilidad pero con
algo de pesadez en sus palabras.
—Venimos de Londres y necesitamos unos
cuartos—comenzó a hablar Bernard—, su posada nos pareció bastante agradable y
quisimos ver si sería posible que nos atendiera a estas horas.
—Son las doce de la noche—dijo el hombre.
—Y lamentamos despertarlo tan tarde—comenzó a
hablar Skandar—, lo que pasa es que mi hermano—señaló a Jared—, mis primos y yo
tenemos una enfermedad de la piel que no nos permite la exposición al sol, nos
salen unas erupciones muy dolorosas y nos da fiebre—comentó el chico recordando
su propia enfermedad—. Es algo muy peligroso porque podemos morir si nos
exponemos mucho, así que siempre viajamos de noche.
—¿Y llegaron en el tren de las 11?—preguntó el
dueño de la posada.
—A las 11:18 porque el tren salió
retrasado—corrigió Jared.
—Parece que tengo dos cuartos disponibles, pero les
advierto algo—dijo mirando a Markus—, la regla principal es el silencio
¿entendido?
Sin esperar respuesta el hombre comenzó a caminar
hacia el interior de la posada hasta llegar a la puerta, donde tomó el pomo
mientras se daba la vuelta sólo para invitar con la mirada a los cuatro
chicos que se habían quedado fuera observando los cadenciosos movimientos del
hombre. Entonces, los chicos atendieron la silenciosa invitación e iniciaron la
marcha al instante para que el hombre pudiera cortar la fría corriente de aire
que se colaba por la puerta. Una vez más el señor se movió en sumo silencio,
atravesando la estancia hasta un pequeño mostrador de madera que se situaba
delante de una pared de madera que tenía pequeñas cavidades rectangulares donde
había algunos sobres, y debajo de ellas un pequeño número que indicaba el
número de habitación.
—La 15 y la 16—dijo el hombre en un tono muy bajo,
pero suficiente para llamar la atención de los chicos que tenía delante de él,
en seguida les extendió ambas llaves—. Espero que puedan pagar—habló con cierto
recelo y Jared sacó una bolsa aterciopelada color negro de la que extrajo
algunas libras que dejaron impresionado al señor—. Síganme.
Y así lo hicieron. Los muchachos, que no llevaban
más que dos pequeñas maletas siguieron al señor que los guiaba entre los
silenciosos pasillos luego de subir la enorme escalera que los llevó al segundo
piso.
—Estos son sus cuartos—dijo seriamente—, si me
disculpan iré a continuar mi sueño—los chicos de mayor edad asintieron—. Sobre
la cama hay una lista de las reglas de la posada—dijo tranquilamente antes de
partir a su habitación.
Justo cuando el señor Rosenwald desapareció el
chico de melena rubia tomó la llave que Bernard sostenía entre sus manos y se
internó en la habitación número quince, mientras que Jared y el chico humano se
instalaron en la otra habitación. Antes de que el moreno pudiera poner un pie
dentro de la habitación 15, Markus cerró la puerta antes de que el otro vampiro
entrara. Sin embargo, una puerta no era algo que pudiera detener a un vampiro,
con simples movimientos Bernard se encontraba afuera de la ventana de la
habitación aferrado a las delgadas estructuras sobresalientes de la fachada, y
para abrir el ventanal tan sólo necesito utilizar una de sus uñas, alargada
especialmente para eso.
—Siempre tan infantil—dijo Bernard entrando a la
habitación.
Como siempre, y fiel a su manía, Markus había
decidido que necesitaba una ducha y en aquellos momentos yacía bajo el agua de
la regadera.
Mientras, en la otra habitación, Jared le quitaba
la cascara a una naranja para que el muchacho que yacía en su cama dibujando algo
en un viejo cuaderno con lápices de carbón pudiera comer algo. El lugar estaba
iluminado por velas, a pesar de tener luz eléctrica pues ellos ya se habían
acostumbrado a la tenue luz que apenas y lograba mantener a raya a la
oscuridad.
—Toma Skandar—dijo el mayor al chico.
—¿Ah?—gesticuló el aludido.
—Come—ordenó el otro sin que llegara a tomar un
tono de mando.
—Gracias—musitó el chico al ver lo que su querido
vampiro le extendía.
Tras breves instantes en que Skandar se dedicó a
consumir los gajos de la naranja que era inusualmente dulce, el mismo chico
levantó su cara y se detuvo viendo a su vampiro como escudriñándolo.
—¿Por qué yo no como sangre?
—Eres un humano Skandar—contestó el otro apoyando
su frente a la del aludido—, no necesitas de eso.
—Pero hay tribus africanas que comen sangre de sus
vacas—dijo el pequeño.
—¿Por qué quieres comer sangre?—cuestionó el mayor.
—No sé—respondió Skandar—… me da curiosidad…
—Mírame Skandar—dijo Jared mientras le levantaba el
mentón al chico—. Yo no me alimento de sangre porque quiera, no sabes cuánto
desearía poder disfrutar de los alimentos que tu consumes… pero no puedo y…
—Jared—interrumpió el adolescente—, no estés
triste.
A pesar de lo poco expresivo que llegaba a ser el
vampiro de cabellos castaños, el chico de su adoración, Skandar, había logrado
ver esos atisbos de tristeza y nostalgia que emanaban de las gemas negras de su
amado vampiro cuando algo le recordaba su vida como humano o el hecho de que ya
no lo era más, siendo esta última la verdadera causa de esa nostalgia
abrazadora de la que Jared era presa en algunas ocasiones.
Jared abrió ligeramente los ojos por la sorpresa de
aquellas palabras y aunque intentó buscar en las profundidades de la mirada de
Skandar las respuestas al millar de preguntas que se formularon en su mente no
se encontró con nada que esclareciera las dudas que se le formaban.
—Sé que te lastima el no ser más un humano—comenzó
a hablar el chico de ojos azules—, a pesar de los siglos tú sigues sintiéndote
un monstruo—dijo manteniendo la mirada al vampiro que tenía enfrente—, pero no
lo eres.
—Skandar no entiendo que…
—No lo eres—interrumpió el de cabellos claros—, no
eres un monstruo—entonces se tiró al cuello del mayor, quien se había quedado
sorprendido de la seguridad que mantuvo el joven al momento de hablar—. Los
humanos crearon guerras, mataron a mucha gente, la torturaron, juzgan todo el
tiempo, tienen envidia y son capaces de hacer lo que sea para obtener lo que
quieren e inclusive le restan importancia a las relaciones humanas y se lo dan
todo a las cosas materiales, han denigrado el valor de un “te amo” y llenado de
superficialidades cada espacio de su vida. Eso es un monstruo.
El aliento acariciaba los cabellos oscuros que
cernían la cabeza del vampiro, quien escuchaba atentamente cada una de las
palabras que escapaban de la dulce boca del humano a quien amaba. No sabía cómo
habían llegado al punto en donde se encontraban, ni cuando Skandar habían
comenzado a despotricar contra su especie, pero sabía, muy en el fondo, que las
palabras que aquel quinceañero pronunciaba tenían una veracidad dolorosa y era
consciente que aún no terminaba con aquel improvisado discurso que buscaba
acallar esas sensaciones que le provocaban la nostalgia y hasta cierto grado la
ira contra sí mismo.
—Tú tan sólo te alimentas porque tienes que
hacerlo—Skandar habló de nuevo luego de una breve pausa—, nosotros matamos
animales y plantas para vivir ¿no es la misma situación?—Jared iba a
interrumpir, seguro que lo haría, pero la voz dulce del menor le disuadió—.
Tener consciencia y razonamiento no nos hace menos animales de lo que somos.
—Vi como una vampiresa mataba a mi madre cegada por
sus instintos, yo mismo he matado a cientos de personas, no me digas que eso no
es monstruoso.
—Ya te dije que es monstruoso para mí.—La mirada
que mantenía el pequeño era desafiante y muy segura, nada que ver con lo que
usualmente representaba el chico.
—Te amo—dijo el mayor al oido luego de acostarlo
sobre la cama y apoyarlo sobre su torso—, y estoy contento de ser un vampiro
porque de alguna manera gracias a eso estamos aquí.
—A mí me gustan tus colmillos—dijo Skandar al
tiempo que elevaba uno de sus brazos para acariciar los dientes de Jared.
Y quizás a Jared le hubiera gustado decir algo como
que él amaba la sonrisa de Skandar, pero no lo dijo, se limitó a ceñir el
delgado cuerpo humano entre sus brazos para disfrutar de ese olor encantador
que hacía tiempo se había convertido en su más grande adición.
Era extraño, mucho en realidad, que ellos dos
pudieran quedarse tendidos en la cama tan sólo disfrutando del olor que
desprendía el contrario y escuchando su respiración al mismo tiempo que
disfrutaban de los latidos del corazón del otro, mismos que eran disfrutados
cual música por sus oyentes. Era extraño. Ellos no necesitaban de palabras, ni
de besos ni siquiera de caricias más profundas que las que Jared se encargaba
de realizar a los cabellos castaños de su chico. Era muy extraño. Porque al
vampiro a pesar de su edad y de lo mucho que amaba a Skandar pocas veces se
permitía pensar en deseo que ese cuerpo delicado representaba para él, porque
Skandar se había vuelto algo sagrado aunque Jared no estuviera seguro de creer
en las deidades. Ese vampiro era extraño. Pero era más extraño ese pequeño que
no anhelaba ver las flores en la primavera, ni los pájaros revolotear, que no
pensaba en su familia y mucho menos en tener una vida normal, en ningún momento pensamientos como aquellos lo habían
asaltado y él tan sólo creía necesario para ser feliz momentos como el que
vivía con su vampiro, porque si bien la persona de quien estaba enamorado era
un vampiro que consumía la sangre y vida de las personas era la misma persona
de la que se había enamorado, fue quien por primera vez le demostró que su
existencia valía, Jared fue quien lo hizo sentir especial y lo seguía haciendo
a cada momento que pasaba junto a él.
—Ah…Bernard—se escuchó levemente gracias al
silencio que reinaba en toda la casa.
—¿Ellos nunca paran de hacerlo?—preguntó de pronto
Skandar luego de unos minutos de que aquel gritillo que intentaron sofocar se
escuchara.
—¿Hacer qué?—preguntó Jared sorprendido por la oración
del menor.
—Pues eso—contesto Skandar un poco asustado
por la tosquedad del vampiro y éste sólo atinó a entrecerrar los ojos por la
confusión que sentía—, siempre hacen esos ruidos raros… desde hace tiempo.
—Si…—susurró Jared al tiempo que suspiraba de
alivio—. Su relación es complicada.
—Markus ama a Bernard—dijo con mucha seguridad el
menor.
Aún seguían acostados en la cama, ni siquiera
habían retirado los cojines, tan sólo se habían limitado a tumbarse sobre ella.
Skandar se había acomodado sobre el pecho del vampiro como acostumbraba y éste
le acariciaba el cabello mientras que el humano jugaba con los botones de su
camisa.
—¿Ah sí?
—Sí.
—No se lo comentes, podría enojarse.
—Ya lo hice—dijo el chico levantándose para ver a
los ojos del vampiro.
—¿Y cómo lo tomó?—preguntó Jared por la curiosidad.
En su rostro una sonrisa se asomaba.
—Se enojó—musitó el chico torciendo la boca.
—Así es él.
—Sí…
De nuevo volvían a tomar las posiciones anteriores.
Tan quietos que los únicos movimientos que parecían existir dentro de esas
cuatro paredes era el provocado por la respiración y los cabellos de Skandar
que se movían delicadamente por las ligeras caricias de las que eran
participes. Tan en silencio, que inclusive el sonido de sus respiraciones y los
latidos de sus corazones podrían llegarse a escuchar si uno tenía un buen oído
y se prestaba la suficiente atención.
—Mañana.—La voz de Jared apareció para cortar el
silencio como si de la hoja de una espada se tratara—Mañana iremos a que comas
algo en un restaurant, esperaremos a que anochezca.
—¿A un restaurant?
—Sí.—El más joven tenía una mueca de confusión en
el rostro—No puedes seguir comiendo las cosas que te intentamos cocinar y sólo
fruta, de seguro te mueres por comer un rico postre.
—Me gustan las manzanas.—Rebatió el menor.
—Penélope me dijo que te gustaban los pastelillos.
—Pero no iremos por un pastelillo, la gente te va a
ver—respondió Skandar.
—No pasará nada, la gente puede vernos pero no
puede saber lo que somos.
—Entonces está bien—dijo el chico sonriendo.
En seguida Jared sintió cómo los labios de Skandar
se posaban en su mandíbula dándole un pequeño beso que buscaba ser enterrado en
la mejilla del vampiro pero el cuello del humano tan sólo alcanzó a estirarse a
esa proximidad.
Apenas llevaban un día en York, el sol había salido
cinco horas atrás y Skandar había arrastrado a Markus a la sala de estar de la
posada, querían encontrar al dueño para que les permitiera tocar el piano que
había en aquella habitación. Apenas habían salido de sus habitaciones cuando se
toparon con el señor a quien de inmediato le rogaron les prestara el
instrumento, aunque por más suplicas que el de cabellos castaños profesara al
señor Rosenwald no se veía ningún resultado de aquello. Markus comenzaba a
exasperarse ¿y si sólo lo besaba? De esa forma podría obtener el control sobre
ese hombre y se dejarían de tantas tonterías, pero por otra parte él bien sabía
que no debía abusar de sus habilidades así que resignado resopló y le pidió
amablemente al dueño que les prestará el piano, a fin de cuentas tan sólo
tocarían una o dos canciones.
Al final el señor Rosenwald había sucumbido y
adelantándose a los dos muchachitos cerró todas las cortinas necesarias para
que la piel de los dos chicos se mantuviera a salvo.
—Markus toca algo—pidió Skandar jalándolo de un
brazo.
—Skandar…suelta… ¡vamos chico me arrancaras el
brazo!—dijo el rubio mientras era jalado por el humano, la última frase fue
casi un grito—. Además, ¿qué te hace pensar que yo sé tocar el piano?
—Bernard dijo que tocabas muy bien—dijo el castaño cuando el dueño de la posada hubo
abandonado la habitación, en seguida el rubio se giró para ver al adolescente
que estaba sentado en el otro lado del banquillo.
—¿Y ese idiota que va a saber?—refunfuñó Markus
alejando la mirada de Skandar de su campo visual.
—Anda—pidió el chico—, toca un poco.
—Ni siquiera sé que es un maldito “Do”—dijo entre
dientes mientras ponía sus delgados dedos sobre las teclas del piano.
Una melodía, intensa a criterio de Skandar, comenzó
a sonar. Si bien Markus tenía nulos conocimientos de música había aprendido a
imitar los movimientos que Penélope hacía cuando tocaba, pero no había
memorizado todas las canciones. Apenas se sabía una.
La forma en que sus dedos viajaban de una a otra
tecla a una gran velocidad creando sonidos excelsos era magnifico, además de la
imagen tan sublime del mármol que aparentaba la piel del vampiro cuando la
sutil luz de las velas iluminaba el rostro y las manos cuyos dedos seguían con
el viaje a través de aquel instrumento que deleitaba con su maravillosa
melodía.
Markus, quien mantenía sus ojos cerrados, se
encontraba absorto entre los sonidos y los movimientos que sus dedos
realizaban, aquella sensación lo transportaba lejos de aquella casa en York
donde sus emociones no eran enclaustradas ni apaleadas. Pero como siempre
sucedía aquella marea de sensaciones que liberaba la melodía, ésta se
extinguió.
—¿…Qué?—susurró Skandar cuando la música cesó.
Con sus puños apretados y la vista fija en las
teclas del piano de cola, mientras sus colmillos se encargaban de desgarrar sus
labios por la presión que ejercían sobre éstos, así el vampiro había parado su
interpretación.
—¿Markus?—inquirió el menor.
—Ya cállate—contestó el aludido entre dientes—,
esto sólo es basura… una mierda.
—Pero a mí me gustó…—musitó apenas el chico.
Inmediatamente el vampiro tomó la muñeca del
adolescente en un afán por abandonar aquella estancia. La fría mano sostenía al
chico mientras avanzaban por la casa siendo observados por los demás
inquilinos. La vieja madera de las escaleras crujió cuando los rápidos pasos de
Markus se hallaron sobre éstos, pues el coraje que emanaba el muchacho no
pasaba desapercibido por nadie ni siquiera por el chico que casi llevaba
arrastrando.
En su habitación, Bernard descansaba sobre la cama
examinando detenidamente el papel tapiz de la habitación mientras esperaba que
el remolino que significaba Markus hiciera su aparición. Esa melodía y aquel
olor eran característicos del rubio.
—Haz el favor de largarte—dijo Markus en cuanto
entró a la habitación con Skandar a cuestas.
—También es mi habitación ¿no recuerdas?
—Me importa una reverenda mierda si es también es
tu habitación ¡te quiero lejos!—gritó estrellando un zapato contra la cabecera
de la cama pues el vampiro lo había esquivado.
—¿Por qué no tomas un baño y te relajas?—dijo el
moreno apareciendo a un lado del rubio, quien de inmediato giró su cabeza para
morder la mano que intentaba acariciar su mejilla.
—Lárgate—dijo con odio el rubio.
—Ni quien te soporte cuando te pones berrinchuda—dijo
Bernard saliendo de la habitación.
—¿Por qué estás molesto?—preguntó el joven humano
entrando al cuarto.
—Nada que te importe Skandar—respondió el vampiro al
tiempo que le daba la espalda.
El otro chico no preguntó nada más, vio cómo su
compañero comenzaba a despojarse de su ropa girando su cabeza cuando vio
lo que el rubio haría. Sin importarle que Skandar pudiera observarlo el vampiro
siguió desvistiéndose hasta quedarse sólo con ropa interior, entonces tomó una
playera celeste demasiado grande para él y se la puso.
—¿Qué te pasa?—preguntó Markus cuando vio al humano
con la mirada fija en la pared y un ligero sonrojo en el rostro.
—N-nada…
—¿Te da pena verme semidesnudo?
Ante la mirada quisquillosa de Markus el menor no
tuvo otra alternativa más que aceptar aquella afirmación, aunque eso supusiera
una vergüenza más.
—Skandar—llamó el vampiro y el aludido atendió con
la mirada—, eres un chico como yo, aparentamos casi la misma edad.—El castaño
asintió—Y tú no me gustas.—El chico se sorprendió por eso—Ni yo a ti, así que
no me vengas con esas tonterías de ponerse apenado si tenemos lo mismo.—Señaló
la parte inferior de su anatomía—… aunque yo estoy más bueno que tú.
—¿De acuerdo?...
Markus sonrió y se encaminó al tocador donde tenía
las cosas que usaba para su cuidado personal, de entre estas tomó un cepillo y
se lo entregó al menor para que le cepillara el cabello mientras él se limaba
las uñas. Le encantaba que su cabello estuviera siempre suave.
—La canción—dijo Skandar— ¿por qué dejaste de
tocarla?
—Porque me dio la gana—dijo mordazmente el rubio.
—No lo creo.
—Entonces ¿por qué, genio?
—No lo sé, pero todo tiene una causa—le contestó
mientras cepillaba las hebras doradas. Luego, todo se hizo silencio.
—Me recuerda cosas—susurró luego de un rato.
—¿Tiene que ver con Bernard?—cuestionó el niño.
—Me gustaba más cuando eras un mocoso inocente—contestó
Markus con una sonrisa amarga en los labios.
—Supongo que es un sí—dijo el otro respondiendo la
sonrisa.
—Es un “deja de meterte en lo que no te importa
mocoso idiota”.
—Cambias tan rápido de ánimo—comentó el castaño.
—Posiblemente… ven—dijo Markus abriendo un espacio
entre sus piernas y lo acomodó de espaldas entre sus piernas—, te arreglaré
esta mierda de cabello que tienes.
—Mi cabello es bonito—dijo Skandar entre pucheros.
—No, tu cabello es mierda—dijo el vampiro cepillándolo
suavemente.
—Jared me llevará a comer a un restaurant—comentó
el menor.
—Lo sé, por eso te arreglo—Skandar se sorprendió
pero no le tomó importancia—, ahora ve y date una ducha ¿de acuerdo?
El joven asintió y se metió en el baño de Markus.
Era un cuarto completamente blanco a excepción de las llaves del agua que
eran cromadas y resaltaban las botellas de shampoo que el vampiro utilizaba.
En seguida de la ducha el muchacho se encontró con
un cambio de ropa sobre la cama y la ausencia de Markus, así que se dispuso a
cambiarse sin perder tiempo.
—Veo que ya te cambiaste, entonces te arreglo—dijo
el rubio.
Tomó el cepillo y de nueva cuenta desenredó el
cabello lacio del joven, que aunque era lacio tuvo que pasar por un proceso de
secado y planchado para quedar aún más liso que antes y sumamente suave.
—¿Qué opinarías que yo fuera vampiro?—preguntó
Skandar cuando el rubio terminó de arreglarle el cabello.
—Me darían celos—contestó el vampiro serenamente.
—¿Celos? ¿Por qué?—inquirió el joven humano arrugando
el entrecejo.
—Porque eres más joven y eres lindo, no me gusta la
competencia—contestó el rubio tranquilamente.
—¿Competencia?—Skandar no entendía—. Pero Jared
también es joven y lindo.
—No—cortó el vampiro—, Jared es guapo y atractivo
no es lindo.
—Sí lo es—refunfuñó el chico.
—No, ya te dije, él es atractivo no es lindo.
—¿Y tú eres lindo?—preguntó el muchacho.
—De alguna forma, pero más bien soy sexy—dijo
orgulloso.
—Eso dice Bernard—contestó Skandar.
—¿Siempre tienes que decir lo que ese bastardo
piensa?
—Es la verdad.
—No, no lo es. Para Bernard cualquier cosa que se
pueda follar es sexy—contestó apretando con mucha fuerza el cepillo hasta
romperlo.
—Tú lo amas y él te ama ¿por qué lo complicas?
—Mejor tú dime ¿por qué mierda siempre tienes que
joderme con eso? Si lo amo o lo odio es mi puto problema no el tuyo, así que
deja de joder o te mato y no me importa que Jared me mate por eso.
—Si te enoja tanto es que es verdad—dijo el chico
con el semblante sumamente serio el menor.
—Skandar—dijo entre dientes el rubio—, me gustaba
más cuando eras un crio que no sabía nada de nada.
—Lo sé—dijo divertido el chico.
Y es que quizás Markus tenía algo que hacía que los
demás encontraran satisfactorio molestarlo o tal vez su manía a reaccionar a la
defensiva siempre terminaba por ocasionar escenas como la anterior. Porque él
no iba admitir que Skandar tenía razón, no, nunca, y ya ni siquiera le
molestaba que un crio como Skandar hubiera notado aquello que tanto se empeñaba
en esconder.
—Si no te callas me encargaré de que no vayas a ese
restaurante—dijo Markus muy molesto.
Por su parte, Skandar tan sólo se escudó en su
sonrisa tan linda que el rubio tan sólo fue capaz de molestarse consigo mismo
una vez más, sabía, y lo había aceptado medianamente, que le había tomado mucho
cariño a ese humano, pero no por eso se lo iba a decir.
Por la tarde, el resultado del esfuerzo de Markus
se vio reflejado en Skandar, que si bien era bello por naturaleza había quedado
hecho un verdadero ángel. Sexy. Sí, eso era lo que había planeado el rubio, que
el mocoso, como él lo llamaba, quedara encantadoramente bello y por fin Jared
se atreviera a hacer algo más que unos besos, porque a opinión de Markus y
Bernard la relación debía avanzar. Irónico que esos dos vampiros quisieran
oficializar una relación cuando la suya ni siquiera se podía definir como una.
El cabello de Skandar adoptaba una forma
excepcional, dándole volumen en la parte de arriba y en la parte baja el
cabello parecía pegarse a su cabeza, pero lo que más llamaba la atención era el
brillo de sus cabellos y cómo parecían más suaves que la seda. Definitivamente
se antojaba tocarlos. Sus labios parecían ser más carnoso que antes y brillaban
de una forma especial gracias al brillo labial que habían aplicado en ellos,
aunque Markus no estuvo seguro de hacer eso porque le parecía desagradable
besar con esa cosa en los labios. La ropa que Markus le había seleccionado a
Skandar le sentaba de maravilla, un pantalón entubado en color gris oscuro y
unos tenis que le llegaban arriba de los tobillos en color blanco, además de
una playera blanca sobre la que llevaba puesta una chamarra negra de piel y una
bufanda en color gris claro.
Cuando Skandar salió de la habitación se encontró
con los ojos negros que tanto conocía. Jared lo tomó de la mano aún
sorprendido de lo hermoso que se veía su chico y la besó delicadamente causando
un ligero escalofrío en la piel del muchacho.
—Te ves hermoso—dijo el vampiro al oído del
muchacho.
Skandar se estremeció de nuevo, pero no sólo eso,
además un notable rubor surcó sus mejillas cuando escuchó aquello de la boca de
Jared.
—Vamos—dijo Jared tomando la mano del chico para
comenzar a caminar.
Aún dentro de la habitación Markus sonrió ante la
escena inconscientemente, de eso estaba seguro Bernard, quien lo observaba
desde la ventana. Desde que Skandar había llegado a sus vidas el jovencito
rubio se había comenzado a comportar de una manera diferente en pequeños
chispazos, como cuando había salvado a aquellos pequeños, y eso atormentaba a
Markus en demasía, tanto que mejor bloqueaba todo eso. Pero Bernard estaba
seguro que era cuestión de tiempo para que Markus aprendiera a aceptar que era
capaz de tener buenos sentimientos e inclusive de amar y ser amado. Aquel
pequeño humano había sembrado una semilla en cada uno, amor en Jared y amistad
en Markus, por su parte el vampiro de cabellos negros sólo esperaba ver cómo
eran recogidos esos frutos.
En medio de sus cavilaciones apenas y notó el
murmullo que entonaba el vampiro rubio, una melodía que le fascinaba a uno y al
otro de igual forma, una melodía que Markus odiaba injustamente y que tarareaba
en aquel momento sin siquiera darse cuenta, pero apenas vio la sonrisa de
Bernard se calló.
—Idiota—susurró—, era por Jared y Skandar.
Una melodía de amor, que evocaba la pasión y la
intensidad de un amor que perduraría por toda la eternidad a pesar de las
adversidades. Si Markus quería creerse aquello podía intentarlo, pero ambos
sabían que aquellos dos aún no se amaban con deseo y pasión, porque su amor era
más complicado que eso, era algo demasiado tierno para aquella canción.
En Derby, un grupo de personas jóvenes investigaban
tres cadáveres destrozados. El olor era inconfundible para Nirvana, sin lugar a
dudas se trataba de Markus, era además su estilo. Los muslos arrancados, el estómago
destruido, pero ni un solo rasguño en el rostro ni en los pies y en el cuello
tan sólo una mordedura. En la escena también se había encontrado un cabello del
vampiro, lo que les sería de mucha ayuda para rastrearlos, pues luego de un par
de días el olor podía desaparecer.
—Me muero por aplastar a esos hijos de puta—dijo
Hannibal al ver los cadáveres.
—No falta tanto para eso.
0 comentarios:
Publicar un comentario