Capítulo 12
La muerte del alba
Y qué si quisiera escapar?
echarme a reír en tu
rostro
¿Qué harías?
Y que si caigo al piso
y no puedo soportar esto mas
¿Qué harías?
Ven y derrúmbame
entiérrame entiérrame,
he acabado contigo
The Kill // 30 seconds to mars
Si a Markus alguna vez le hubieran dicho que
estaría sufriendo porque Bernard estuviera herido, él se hubiera reído y no
sería cualquier risa, se reiría con muchas ganas. Se carcajearía. Pero ahí
estaba el rubio, sentado sobre la cama con su espalda recargada en la cabecera
de ésta posando su mano sobre la frente inusualmente caliente del vampiro de
cabellera negra. Markus se preocupaba por Bernard; aquello hacía eco muy en lo
profundo de los pensamientos y, en mayor medida, de su corazón.
Bernard había sido herido por una bala hechizada
que sus amigas vampiresas, supuestas expertas en esos terrenos, no sabían
contrarrestar. No obstante, Markus no necesitaba que Charlie y Carol entraran a
la habitación con aquella cara de pena para saber que Bernard estaba mal, el
simple hecho de verlo postrado inconsciente sobre la cama le vaticinaba un poco
de su situación y hacía que la impotencia aflorara pues no había nada que
Markus pudiera hacer para mejorar la situación del moreno.
—Tienes que despertar—le decía el rubio—, yo no sé
manejar a un vampiro recién convertido y si Skandar no recuerda a Jared o
simplemente no lo quiere cuando despierta ¿qué se supone que haré?—
Extrañamente sus ojos comenzaron a volverse cristalinos— Además, él está
molesto conmigo…despierta.
Pero Markus no se atrevía a completar aquella
petición, no lograba que las palabras salieran limpiamente desde lo profundo de
su ser porque él era consciente de que los motivos que externaba no eran los
únicos por los que deseaba que el moreno despertara.
Justo a media noche Carol y Charlotte entraron en
aquella habitación sumida en las penumbras para dejar dos grandes jarras de
vidrio sobre el buró contrario a donde Markus se encontraba y sin más se
retiraron. El rubio observó con ansias el rojo que dejaba traslucir la jarra y
sus colmillos parecieron desear aquel líquido, así que con cuidado llenó el
vaso cristalino y bebió la sangre que tanto codiciaba.
—Tú deberías beber sangre—dijo al vampiro dormido—.
Así no es divertido.
Y vaya que no lo era, Markus necesitaba pelear con
Bernard. Lo extrañaba. Extrañaba su sonrisa despreocupada que le daba seguridad
silenciosa, su manía de juguetear con cosas afiladas –principalmente dardos–,
los dos mechones negros que caían sobre la piel de su frente, extrañaba además
la forma en que su mirada podía cambiar tan rápidamente desde tranquila hasta
seductora. Lo extrañaba mucho, pero no sólo porque llevara dos días sin que le
robara un beso o lo tocara de forma descarada e inclusive que intentara robarle
una caricia, sino que además lo extrañaba porque temía perderlo. Y al darse
cuenta el rubio lloró.
Cada vez que entre la maraña de pensamientos había
cierta claridad el vampiro abandonaba aquella inspección molesto consigo mismo,
la verdad estaba ahí y él la rechazaba.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Markus
había conocido a Bernard? Muchísimos años, más de medio siglo, y desde entonces
venía rechazándolo. Entonces la culpa era demasiada, pues Bernard estaba muy
débil y no podía consumir sangre, además de que parecía que esa bala tenía un
efecto similar a la gangrena, así que era culpa de Markus ¿no? Si él hubiera
sido más fuerte, si hubiera aceptado sus sentimientos desde el principio.