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Historia Original,lazos rojos,long fic,vampiros,yaoi
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Lazos rojos // Capítulo 1
ADVERTENCIAS: Pedofilia, asesinato, palabras altisonantes
Capítulo 1
Telón de fondo
No creo en nada
Ni en el fin ni el principio
No creo en nada
Ni en la tierra ni en las estrellas
No creo en nada
Ni en el día ni en la oscuridad
No creo en nada
Más que en el latido de nuestros
corazones
//100 suns-30 Seconds to Mars//
Eran quizás la una de la mañana cuando
la luna llena se posaba sobre el horizonte, el bullicio de la ciudad cesaba un
poco y era acompañado por la danza de los arboles cada vez que una ventisca los
acariciaba. En el corazón de aquella ciudad maldita se encontraba una casona a
la cual los años la habían azotado salvajemente pero que aún se mantenía en
pie, para muchos deshabitada y para otros embrujada, la propiedad se llenaba de
vida en cuanto el sol moría en aquella línea invisible donde la tierra y el
cielo se unían, entonces tres pares de ojos refulgieron en el interior de
aquella casa olvidad y los candelabros que alumbraran siglos atrás tan hermoso
hogar se vieron de nuevo encendidos, ceñirían una vez más las velas blancas y soportarían
el fuego incandescente.
Las grandes ventanas se mantenían
protegidas por enormes cortinas de tela gruesa y negra acompañadas de las
telarañas que gobernaban cada rincón de la mansión. Sin decir palabra alguna
los tres hombres dejaron sus aposentos casi al mismo tiempo, de esa forma
llegaron a reunirse al pie de la escalera de doble ala, pisaron con delicadeza
el gran escalón cubierto de alfombrado escarlata y se mantuvieron unos segundos
quietos. El primero de esos hombres era un joven alto, muy alto, de cabellera
larga cuyos mechones se alzaban hacía el cielo mientras cuatro delgados
mechones caían sobre su cara, su piel era apiñonada y su nombre era Bernard. El
segundo era el más menudo de los tres, y destacaba por ser el único con cabello
rubio, el cual era tan largo que cubría sus orejas y llevaba el fleco de
forma en que los ojos quedaban libres y algunos cabellos caían sobre su nariz,
su piel era más blanca que el chico anterior y su apariencia mucho más joven,
él respondía al nombre de Markus. Por último se encontraba Jared, sus ojos se
mantenían cubiertos por sus parpados mientras sus labios comenzaban a
despegarse; él tenía el cabello castaño oscuro era largo y caía hacia sus
hombros de forma grácil, no era tan musculoso como si lo era su compañero, pero
tampoco sería tan delgado como Markus; quizás era el más pálido de los tres
muchachos y quizás también el más callado.
—Andando—sentenció Jared.
En un instante la casona quedó
desierta, apenas se escuchó cómo, tras desaparecer el sonido de la palabra que
había pronunciado el joven, la puerta principal se cerraba con un sonido apenas
perceptible.
La noche era fría pero eso no había
impedido que Isabel se hubiera quedado hasta tarde estudiando para su examen
final de anatomía, el sueño la había dormido poco después de la medianoche y su
cuerpo descansaba sobre el escritorio de su habitación, su cabello yacía
esparcido sobre su libro y unas libretas con sus apuntes, además de algunas
hojas que se encontraban en desorden. Poco después de la una de mañana su sueño
comenzó a turbarse, se movía más de la cuenta y terminó por despertarse.
Aturdida sin saber porque se encontraba ahí talló sus ojos y bostezó en más de
una ocasión. Su garganta imploraba por un poco de líquido y se encaminó a la
cocina, cuando regresó sintió como la brisa le daba contra el rostro, así se
enteró que la puerta corrediza del balcón estaba abierta. Lo ideal era cerrarla
pero al intentarlo Isabel terminó por salir a contemplar la noche, se apoyó
contra los barda hasta que sintió como alguien la observaba, de inmediato se
giró. En la esquina del balcón un muchacho que únicamente llevaba los
pantalones se encontraba recargado sobre la pared de su apartamento.
—¿Sabes? El cuerpo cuenta con varias
venas de suma importancia, pero mi preferida es la carótida, esas arterias
discurren a ambos lados del cuello e irrigan tanto el cuello como la cabeza, es
algo interesante ¿no? Muy linda también —dijo el desconocido.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo llegaste aquí?
¿Y qué demonios haces?—dijo la chica completamente asustada.
—Mi nombre no te interesa, el cómo haya
llegado tampoco tiene importancia y lo que hago en este lugar te desagradaría
tanto que prefiero no decirlo.
—Estás loco—musitó Isabel.
—¿Es eso? ¿De verdad estoy
loco?—Apareció delante de la chica en un microsegundo y besó los labios
fugazmente—. No lo creo, tan sólo vengo a comer.
Lejos de ahí, casi al otro lado de la
ciudad más allá de la zona llena de antros y bares de moda se podía encontrar
prostíbulos al por mayor. Además sobre las aceras de la calle 35 se podían ver
chicas y chicos que de alguna forma se exhibían al mejor postor, dejando casi
nada a la imaginación con tan despreocupado vestuario y un maquillaje digno de
aquellos trabajos.
Markus apoyaba su mano sobre el poste
de la luz haciendo que su peso recayera por completo en esa delgada columna de
concreto, apenas había tenido tiempo de colocarse una camisa y por el camino la
había abotonado, pero había elegido dejar algunos botones libres para que su
pecho quedara a la vista.
En el cruce de la calle 74 y la 35
había un grupo reducido de mujeres, una de ellas tenía un brillo especial en
los ojos que hizo que de inmediato Markus se fijara en ella. Cabello rojo
intenso que le llegaba hasta la cintura y al mismo tiempo ondulado de una forma
que disimulaba cuan maltratado estaba. De un momento a otro los ojos de ambos
se conectaron y las orbes azules de aquella chica destellaron de emoción,
entonces dejó a sus compañeras y avanzó a lo largo de la calle hasta llegar al
joven rubio, quien de inmediato la tomó de la nuca y forzó un beso apasionado.
—Perfecto—dijo el chico cuando el beso
terminó.
Markus se dio la vuelta y emprendió el
camino hacia el sur a lo largo de la 35, seguido por la prostituta que había
besado. Justo a dos manzanas de donde había acontecido el acalorado beso el
muchacho giró a la izquierda internándose en un callejón oscuro. Al cabo de un
par de minutos la mujer le hizo compañía.
Sin decir ni una sola palabra Sienna se
acomodó a un lado del contenedor de basura y en seguida Markus se situó frente
a ella. La mano del chico recorrió una de las piernas de la mujer desde la
rodilla hasta los glúteos y se acercó lo suficiente a su rostro para susurrarle
algo al oído.
—Ni hombre ni mujer—musitó mientras su
mano presionaba el glúteo de la prostituta—, por eso eres perfecta Sienna.
Markus fue encorvando su cuerpo hasta
lograr arrodillarse en el suelo y durante su recorrido fue acariciando la
pierna de la mujer con su lengua, justo llegó al muslo cuando dejó aquel tacto
y se despegó un poco de esa piel. Un instante después sus colmillos desgarraban
la piel y penetraban los tejidos del musculo para poder llegar a la arteria
femoral.
La carótida era la favorita de Bernard,
de ahí siempre conseguía un delicioso elixir carmesí. La fragancia de Isabel lo
había cautivado desde el primer momento y devoraba con placer hasta la última
gota del líquido vital de aquella adorable mente inteligente. Mientras Isabel
yacía sobre los brazos de aquel musculoso chico con la boca abierta dejando ver
el aparato odontológico que enderezaría sus dientes, un año más y se desharía
de ellos, pero al parecer eso no ocurriría.
Algo más al norte Jared había
decidido parar aquel paseo por la cuidad y se había acurrucado sobre un
columpio en un parque alejado.
En la casa de los Belker todo parecía
estar sumamente tranquilo, cada integrante de la familia descansaba en sus
aposentos y la servidumbre hacía lo propio. Sin embargo, en el preciso momento
en que las manecillas del reloj marcaron la una de la mañana exactamente el
pequeño Skandar había despertado de su profundo sueño. El niño salió de la cama
y se encaminó fuera de su habitación a pesar de la penumbra en la que la casa
estaba sumergida, tan sólo unos minutos bastaron para que el niño atravesara la
estancia y haciendo uso de sus conocimientos encontró la llave que abriría la
puerta principal y la reja que le esperaba más adelante.
Así, veinte minutos después de haber
despertado el pequeño se encontraba vengando por las calles de aquella zona
residencial. La calle estaba desierta pero él no tenía miedo. Caminó bastante
con sus pies descalzos y aquel pijama blanco de dos piezas con la que siempre
dormía así estuviera haciendo un calor infernal. Y llegó.
Justo había llegado a un parque pero
estaba desierto y el pequeño apretó sus puños con un dejo de frustración. Giró
su rostro en todas direcciones y no vio a nadie, pero al volver a colocarla
hacía el frente se encontró con un muchacho, el cual desapareció de nueva
cuenta.
Una mano helada se colocó sobre sus
cabellos y lo acariciaron de tal forma que Skandar cerró sus ojos para
disfrutar de aquella sensación que se volvió efímera al de pronto desaparecer.
Entonces el pequeño abrió rápidamente sus ojos y se encontró con aquel mismo
hombre parado frente a él, a tan sólo unos diez centímetros de de su cuerpo,
elevó sus ojos para encontrarse con aquel joven y vio ese par de orbes negras
que purgaban un vació enorme. Skandar abrió un poco más sus ojos y su boca
imitó esa acción, en ese instante Jared se hincó frente al niño y conecto sus
labios con los del pequeño.
Dulce, un sabor más delicioso que la
sangre y tan tibios como ella, así sintió el muchacho los labios que apenas
había probado pues tan sólo se limitó a atraparlos entre los suyos.
—Hermoso—susurró y el pequeño se arrojó
a sus brazos.
Con movimientos lentos Jared
correspondió el abrazo que el niño le había dado y mientras Skandar se aferraba
su cuello él disfrutaba acariciando la delgada espalda de ese hermoso niño y
consumiendo el olor que despedía de su cuello como si de verdad estuviera
absorbiendo su sangre.
El abrazo llegó a su fin pero seguían
manteniendo una unión visual, la cual terminó en el momento en el que
desaparecieron de aquel parque.
—¿Qué tal tu puta?—preguntó Bernard al
recién llegado.
—Esa palabra es muy despectiva—contestó
molesto el rubio.
—¿Que tal el travesti que se vende por
dinero?—reformuló su pregunta el de cabello negro.
—Perfecta ¿no lo ves?—dijo señalando
sus ojos, los cuales refulgían en un rojo sumamente intenso.
—Bueno la mía también ha estado de
maravilla—dijo Bernard jugando con unos dardos—, sabía deliciosa.
Finalmente lanzó un dardo y quedó
atrapado entre el dedo índice y el pulgar del joven que faltaba. Jared apareció
en la estancia cargando algo que cubría con su gabardina negra. Los otros dos
se quedaron mirando un segundo y luego cruzaron la mirada aterrorizados, habían
descubierto el aroma de aquello que su compañero llevaba y la sola idea les
parecía sumamente descabellada.
—Partiremos hasta mañana—anunció el
rocíen llegado.
—¡Jared ¿estás loco?!—gritó
enérgicamente Markus.
—¡Regrésalo ahora mismo!—exigió el
otro.
Jared no respondió nada, tan sólo se
limitó a avanzar y cuando Bernard trató de impedirle el paso el de cabello
castaño maniobro lo suficiente para mantenerse lejos de aquellos dos.
—No causará problemas—contestó Jared.
—Es un humano—replicó Markus—, claro
que habrá problemas.
—¿Qué piensas hacer con él?—preguntó
Bernard desde la estancia.
—Lo que él quiera que haga—contestó
desde la cima de aquellos escalones.
Desapareció de aquel lugar. Entro en su
habitación y dejó el cuerpo inmóvil del niño sobre su cama, acarició sus
cabellos delicadamente y se apartó para tomar una silla en la que se sentó para
observar con plena libertad a Skandar. Tras varias horas de continua admiración
Jared salió de aquella habitación y se aventuró de nuevo en la ciudad.
El pequeño comenzó a abrir los ojos a
eso de las nueve de la mañana, pero nunca logró ver el sol o alguna muestra de
iluminación, la habitación estaba en completa oscuridad y mientras sus ojos se
acostumbraban a tanta negrura logró captar el fulgor rojizo que despedían un
par de orbes dentro de la penumbra. El pequeño sonrió y extendió la mano justo
para que su acompañante la tomara.
—¿Te agrada?—preguntó Jared.
—Es como mi habitación, sólo que sin
juguetes—le contestó el niño presionando con sus dedos la fría mano que
sostenía la suya.
—¿Quieres jugar?
—No—contestó con voz queda—. ¿El sol
también te lastima?—dijo con voz tranquila el menor.
—Sí, me lastima mucho más que a ti—fue
la respuesta que dio Jared.
—¿Peor que granos y salpullido?
—Así es, yo moriría.
Durante prácticamente toda la tarde
Skandar escuchó las historias que su acompañante le contaba por petición suya,
si bien omitía algunos detalles él muchacho no se detenía demasiado al contar
alguna matanza de antaño. Las palabras que más escuchó el niño fueron sangre y
matar, pero lejos de asustarse por escuchar los crueles detalles de aquellos
asesinatos a sangre fría el pequeño lucía más curioso, más ávido de saber.
Así pronto llegó la noche. Poco a poco
el cielo fue perdiendo su luz sumiéndose en una negrura tal que sólo era
vagamente iluminada por la fuerza de luna, el astro que se quedó suspendido en
torno a la tierra. De esa forma Markus, Bernard y Jared eran libres de moverse
por donde les placiera, no obstante, el último chico mencionado ahora tenía una
atadura que no le daba esa completa libertad con la que contaban sus
compañeros. Los otros lo sabían y no dudaron en echárselo en cara, pues por
culpa de ese chiquillo tendrían que aligerar su paso para que Jared los
siguiera, entonces ellos también vieron limitada su libertad y se rebelaron contra
ello en el menor tiempo pensado.
—Pues hazle como puedas—vociferó el
rubio—, pero si quieres al crio contigo nos vamos a largar ahora mismo.
—Lo sé—contestó tranquilamente el otro
muchacho—, pero no lo dejaré aunque hagas un berrinche.
—¡¿Berrinche?!—gritó Markus indignado
con el rostro desencajado.
—Cálmense los dos—habló Bernard más
serenamente—. Jared, si quieres llevarte al niño está bien, pero no nos atrases
ni nos causes problemas.
—Llevarnos al crio es un error—musitó
el rubio.
—Relájate—le dijo el de cabellos negros
al mismo tiempo que estiraba su mano para acariciar los mechones rubios que
enmarcaban el rostro de Markus y también sus mejillas, pero el chico se sacudió
el contacto y miró con odio a quien le había dado aquella efímera caricia.
—No habrá problema—dijo Jared antes de
abandonar aquel recinto.
Gracias a una velocidad sobre humana
los tres muchachos llegaron a una nueva propiedad de características similares
a la casona que habían abandonado, dejaron al niño en una habitación y salieron
a buscar alguna presa para comer. Cuando recién se escabullían dentro de las
sombras como depredadores naturales sus ojos se mantenían de un negro más
oscuro y vacío que la noche, pero en cuanto la sangre comenzaba a circular por
su interior los orbes adquirían un rojo brillante que resultaba demoniaco.
—Jared—susurró el pequeño viendo hacía
la ventana de su habitación, la cual se abrió de pronto dejando entrar una
ventisca.
—Ya llegué Skandar—susurró el recién
llegado.
—Si…—el pequeño se vio envuelto en los
brazos del mayor.
—¿Quieres que duerma contigo?—preguntó
Jared.
El pequeño estiró sus brazos para
alcanzar el cuello del joven y susurró un si enseguida, así que el muchacho no
tuvo que hacer más que dejarse caer lentamente en la cama para que el pequeño
cuerpo descansar un poco sobre su torso y él pudiera darse el lujo de acariciar
esos cabellos de delicada seda.
Skandar era un niño como ninguno, según
lo veía el propio Jared, no tenía esa degradación de la humanidad, era como
abrazar a un ángel, y aunque no estaba seguro de que esos seres alados
existieran el pequeño niño parecía ser lo más cercano a ello. A través de ese
par de orbes grises azuladas que destellaban con tanta singularidad Jared
comprendió que se encontraba ante una joya, él sólo frente a un alma inocente y
frágil, entonces no pudo resistirse a querer estar cerca de ese pequeño
ángel…de su niño. Jared lo cuidaría y mantendría esa inocencia intacta lo más
que pudiera.
A partir de entonces siguieron durante
varios meses la misma rutina, por las noches los tres jóvenes salían a buscar
sus propios alimentos mientras Skandar permanecía dormido y durante el día
Jared se encargaba de entretener al pequeño contándole viejas anécdotas o
leyéndole algunos libros que encontrara, aunque la mayoría de las historias las
sabía de memoria en especial las de Shakespeare. La mayoría de las
ocasiones Markus se mantenía reacio a pasar tiempo con el pequeño pero tras
pasar un poco de tiempo, y gracias a la intervención de Bernard, logró aceptar medianamente
al pequeño aunque siempre le contaba las historias más sangrientas y
degeneradas que Skandar llegó a escuchar, todo eso molestaba a Jared pero como
al niño parecía no influirlo de forma negativa dejaba que Markus siguiera con
sus historias.
—¿Y los vampiros necesitan mucha
sangre?—preguntó un día el pequeño a Bernard.
—No realmente, dos litros por día está
bastante bien aunque lo necesario es sólo uno—le dijo mientras jugaba con unos
dardos y el pequeño lo miraba desde el suelo—. Jared sólo toma un litro de cada
víctima, jamás las matas. Yo prefiero tomar toda un día y al siguiente no tomar
más.
—¿Y Markus?—cuestionó el pequeño, quien
en el fondo se había alegrado del comportamiento de Jared.
—Él se controla menos… le fascina la
sangre y se termina toda todos los días—en un parpadear estaba frente al
tablero para quitar los dardo y al siguiente instante ya había tomado su
anterior posición—, pero nunca te hará daño.
—¿Por qué?—inquirió el menor llamando
la atención de Bernard—, ¿por qué ninguno ha intentado tomar mi sangre?
—Porque Jared nos mataría, además
podemos soportar perfectamente tu presencia—le contestó Bernard antes de lanzar
de nueva cuenta los dardos.
La conversación terminó justo en ese
momento. El vampiro no volvió a hablar y el pequeño humano no volvió a
preguntar nada más, entonces el silencio los envolvió.
Markus estaba sentado viendo al pequeño
Skandar tomar su desayuno, lo miraba con una mezcla de curiosidad y de
asco, el joven recordaba escasamente de su vida como humano, sólo recordaba una
pintura de un paisaje y una habitación que se asimilaba a las de las mansiones
donde solían pasar el día.
—Eso es asqueroso ¿por qué lo
comes?—preguntó el rubio.
—Para mí no lo es—contestó el niño.
Entonces el vampiro sólo chasqueo la
lengua e hizo un gesto para demostrar cuan harto estaba de la actitud del niño.
Ese despreciable humano que había llegado a invadirlos, pero claro Bernard se
lavaba las manos y le decía que fuera bueno con el crio.
—Te odio mocoso—espetó Markus.
—Yo no te odio—dijo el pequeño y siguió
comiendo.
Las mejillas del vampiro se inflaron,
su boca se ciñó y sus puños se apretaron ¡era un insolente ese mocoso!
—Algún día Jared se cansara de ti,
crecerás y te pondrás feo—el niño elevó la mirada—, además el necesita algo que
no le puedes dar porque eres un niño.
— ¿Qué cosa?—preguntó el niño asustado
ante la idea de que lo alejaran de Jared, era la única persona que se
preocupaba por él y ahora le decían que lo dejaría.
—Sexo—susurró Markus a su oído tras
moverse sin que Skandar lo viera—, eres un crio y no se lo puedes dar.
—A Jared no le importa eso—dijo el
pequeño.
—Veamos cuanto más soporta—contraatacó
el rubio.
—Él no es como tú—musitó Skandar con
los ojos acuosos.
—El pequeño tiene razón Markus—dijo
Bernard sin que el niño lo esperara, pero el rubio ya había anticipado eso
aunque no logró escaparse de los brazos de su compañero ciñendo su cuerpo.
—¡Suéltame maldito!—gritó el rubio, en
ese momento Bernard atrapó sus labios y besó a la fuerza al vampiro, tal fue la
resistencia de Markus que terminó con el labio sangrado—¡Te mataré maldito
bastardo!
—Cállense—dijo Jared y tomó al pequeño
de la mano para sacarlo de ese lugar—. Deberían controlarse mejor—dijo Jared en
voz alta.
—No te enojes con ellos—susurró el
pequeño alejado de la escena mirando la mandíbula apretada del joven vampiro.
—No lo haré pequeño.
—Gracias—dijo el niño con una enorme
sonrisa en sus labios.
Jared tomó al niño en sus brazos y lo
llevó a su habitación, ahí lo dejó en la cama y mientras fue a prepararle el
baño. El agua de la tina debía estar tibia pues muy caliente lastimaría la piel
del pequeño y si era muy fría podía enfermarse, por eso Jared tenía sumo
cuidado en detalles como esos. Cuando el agua estuvo lista Skandar entró en el
baño y tomó una ducha él mismo porque su joven protector no se atrevía a
ayudarlo con eso.
—Tengo sueño—dijo el pequeño saliendo
del baño con su pijama puesta y se acostó sobre la cama aún con los cabellos
mojados.
—Te enfermaras—dijo Jared pero el niño
ya se había dormido.
Entonces al vampiro no le quedó otra
alternativa que tratar de secar sus cabellos castaños pero le fue casi
imposible dejarlos completamente secos. Sin poder hacer más, Jared bajó a
reunirse con los otros dos muchachos. En la sala, Bernard jugueteaba con una
daga antigua mientras Markus lo observaba receloso desde un sillón. El chico
rubio tenía sus piernas arriba del sofá y sus brazos las rodeaban apenas,
mientras su espalda se encontraba perfectamente recta y su cabeza un poco
inclinada, además el joven iba descalzo. En todo eso Jared fijó su atención.
—Eres un exagerado—dijo Bernard—, debes
dejar de ser tan caprichoso.
—Cállate bastardo—le contestó enojado
el rubio—. Jared no soporto a este imbécil.
—Markus—el aludido se estremeció al
escuchar su nombre en voz de Jared—… no le tomes tanta importancia y mesúrate
un poco.
—Ella no conoce la mesura—dijo el de
cabellos negros recostándose sobre un sofá.
—No soy “ella”, por si no te habías
dado cuenta soy “él”—replicó bastante malhumorado el rubio y apareció al pie de
la escalera con su calzado puesto.
—No tienes idea de cuánto lo he
notado—contestó Bernard seguido de una risa burlona.
—Te matare hijo de…
— ¡Basta!—musitó Jared—. Salgamos de
aquí de una vez.
Y así lo hicieron. Entre la penumbra de
la noche tres sombras se movían con singular rapidez, de tal forma que nadie
notaba su presencia, cada uno de ellos encontró su víctima y cada uno la
hizo sucumbir con su peculiar estilo.
Como siempre Markus mantenía su gusto
por las personas de “la vida alegre” como eran catalogadas en ese lugar,
personas que vendían su cuerpo para poder sobrevivir, esas personas que muchos
dejaban de considerarlas de esa forma por el trabajo al que se dedicaban. Pero
para ese vampiro rubio ese tipo de personas era en especial delicioso, muy
probadas, cierto, pero su sangre poseía un sabor esplendido.
—Prefiero un travesti, pero tú eres muy
hermoso—susurró al oído de un muchacho.
Markus se inclinó para besar el cuello
de aquel muchacho de escasos catorce años, quien soltó un gemido gracias a las
succiones consecutivas que le propinaba el mayor y después varios jadeos y
gemidos salieron de la garganta del chico. Las manos de Markus acariciaban los
muslos y los glúteos del muchacho.
—Ah eres maravilloso Diego—susurró el
rubio al muchachito mientras lo acariciaba.
Olió el cuello por un tiempo
indeterminado, el aroma se le antojaba muy atrayente y justo clavó sus
colmillos en la yugular para después consumir hasta la última gota de sangre,
así que cuando la vida del joven prostituto terminó Markus se alejó de aquel
desolado callejón dejando al chico tirado sobre el suelo.
Mientras tanto el vampiro de cabellera
castaña se adentró en la habitación de un niño y sin reparo alguno lo sacó de
entre esas cuatro paredes estando aún dormido, lo deposito sobre las raíces de
un viejo árbol y clavó sus afilados dientes en el cuello del menor, tomó su
sangre poco a poco y lo dejó frente al gran árbol. No había muerto, pero no
tuvo intenciones de devolverlo a su hogar. En un momento, antes de abandonar
aquel lugar, el muchacho miró el rostro de ese niño y recordó al pequeño que lo
esperaba en una fría y oscura habitación, pero no había comparación entre ambos
seres.
—Nadie como él—susurró a la nada y
abandonó aquel lugar.
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